Ya ni reir se siente bien. Se siente como si al reirme de cualquier cosa, no le estuviera dando el respeto que merece cada niño asesinado, cada persona reprimida.
Cada vez que cualquier cosa me hace sonreir o reír, a mi memoria vienen inmediatamente las imágenes de gente sufriendo con los gases, de aquel muchacho que mostró su desnudez y con ella las condiciones en las que esta sobreviviendo el venezolano, sus perdigonazos y sus ruegos; viene a mi memoria ese muchacho arrollado por la tanqueta, el quemado por la explosión de la moto... Juan Pablo y el lugar de su muerte, Armando y su cara sin gestos al subirlo a la ambulancia, el ajusticiamiento de Hecder. Es un acto automático.
Cada vez que sonrío siento en mi corazón el dolor del himno en un funeral injusto, el dolor que como madre siento cuando otra pierde a un hijo.
Ya ni siquiera soy libre de reír gracias al dolor que esta dictadura me ha causado.
Son 18 años de muerte. Y siento que también me mataron por dentro.
Pertenecer a nada aún estando en distintos grupos, conociendo gente diferente. Aún cuando hasta algún momento me sentí parte de Algo.
Hoy leo y siento es hastío.
Veo y me da pereza.
Escucho y quiero huir a mi cueva y no salir mas.
Siento que no puedo hablar, porque podría provocar un holocausto.
Siento que los que hablan están vacíos y no les importa.
Soy testigo de la hipocresía y al mismo tiempo escucho la contradicción de un "yo la/lo quiero". Alguna vez fui partícipe silente y me asqueé. Incluso de mi misma.
Mis oídos han estado allí, escuchando lamentos. Mis ojos han visto lágrimas y mi corazón ha sentido su tristeza, pero nada puedo hacer por aquellos que aman estar tristes, sentir lástima por si mismos, refutar la realidad. No puedo más que sentir decepción por el poco valor a mi presencia.
Desde hace mucho no pertenezco.

Hoy rodaba por las Hills, y de repente sonó Shania Twain y senti una tristeza inmensa por no poder compartir esto con ellos. Llegué a escribir un "los extraño", pero nunca pisé mandar.
Luego sonó UB40 y disfruté del paisaje hermosísimo, lleno de viñas.

Luego sonó Janet Jackson y por alguna razón solo daba gracias.
Gracias por el paisaje, los vinos. Gracias por mi compañero de vida.

Veía todo a través de mis lentes sepia, así que un poco más romántico.
El camino de grava y bittersweet sinphony en la radio. El atardecer cayendo, 6.30pm. El sol de la tarde que delicadamente brillaba en mi cara...
Y de repente la autopista.
De ese día solo me quedaban dos botellas de Ngeringa y los recuerdos.
