Ya ni reir se siente bien. Se siente como si al reirme de cualquier cosa, no le estuviera dando el respeto que merece cada niño asesinado, cada persona reprimida.

Cada vez que cualquier cosa me hace sonreir o reír, a mi memoria vienen inmediatamente las imágenes de gente sufriendo con los gases, de aquel muchacho que mostró su desnudez y con ella las condiciones en las que esta sobreviviendo el venezolano, sus perdigonazos y sus ruegos; viene a mi memoria ese muchacho arrollado por la tanqueta, el quemado por la explosión de la moto... Juan Pablo y el lugar de su muerte, Armando y su cara sin gestos al subirlo a la ambulancia, el ajusticiamiento de Hecder. Es un acto automático.

Cada vez que sonrío siento en mi corazón el dolor del himno en un funeral injusto, el dolor que como madre siento cuando otra pierde a un hijo.

Ya ni siquiera soy libre de reír gracias al dolor que esta dictadura me ha causado.

Son 18 años de muerte. Y siento que también me mataron por dentro.

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